El smartphone es el mejor sensor que tiene una smart city
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El smartphone es el mejor sensor que tiene una smart city

Cada 8 de noviembre desde el año 1949 se celebra en más de 30 países el Día Mundial del Urbanismo, un evento donde se reconoce y se promueve el papel de la planificación en la creación y el manejo de comunidades urbanas sostenibles. Este día es una excelente oportunidad para contemplar la planificación desde una perspectiva global, pues es un evento que apela a la conciencia de los ciudadanos y las autoridades públicas y llama la atención sobre el impacto ambiental que produce el desarrollo de ciudades y territorios.

El desarrollo sostenible de las ciudades vendrá muy determinado en el futuro por el concepto de Smart City, del que ya hablamos en Futurizable hace un año. En este artículo vamos a profundizar en este tema, conoceremos una serie de iniciativas que trabajan en esta área y aprenderemos muchísimo gracias a la entrevista a Cristina del Real, una investigadora que se dedica al estudio de la seguridad pública en las ciudades inteligentes.

81.000 millones de dólares de inversión para construir ciudades inteligentes

Según un estudio reciente realizado por la empresa IDC las 50 mayores ciudades del planeta dedicarán este año 81.000 millones de dólares a las tecnologías relacionadas con las smart cities, con una previsión de que este gasto aumente en los próximos 5 años a 158.000 millones. Las áreas en las que se produzcan las inversiones más relevantes serán el transporte inteligente y la seguridad pública basada en datos, pero también se realizará una importante apuesta por las plataformas digitales abiertas y de gestión. De esta forma una cuarta parte del gasto mundial de smart cities en 2018 irá dedicada a la vigilancia visual fija, el transporte público avanzado y la iluminación inteligente al aire libre.

En el año 2022 se espera que la gestión inteligente del tráfico supere a la iluminación inteligente para exteriores. Además, el informe destaca que a nivel geográfico la región de Asia-Pacífico concentrará cerca del 42% del gasto mundial en 2018, seguida de América (33%) y Europa, Medio Oriente y África (25% ). Si observamos estas cifras por países nos encontramos con que Estados Unidos es el mercado nacional que más invierte en smart cities, con más de 23.000 millones en 2018, seguido por China. Y en lo que se refiere a ciudades concretas vale la pena saber que 15% de la inversión total en tecnologías de smart city en 2018 corresponde a las ciudades Singapur, Tokio, Nueva York, Londres y Shanghai.

Una cuarta parte del gasto mundial de smart cities en 2018 irá dedicada a la vigilancia visual fija, el transporte público avanzado y la iluminación inteligente al aire libre.

AndalucíaSmart, un ejemplo de estrategia para el desarrollo de las ciudades inteligentes

Con la vista puesta en el año 2020 se desarrolla la estrategia AndalucíaSmart, que cuenta con un presupuesto de 50 millones de euros para potenciar las siguientes siete grandes líneas estratégicas en los próximo cuatro años:

  • Gobernanza, que busca fomentar la colaboración entre los ayuntamientos y sus vecinos para implicar a todos los agentes en la toma de decisiones transparente y colaborativa en los municipios.
  • Económico-Financiera: centrada en la identificación de fondos y fuentes de financiación, así como de oportunidades y atracción de fondos para el desarrollo de soluciones inteligentes.
  • Seguridad, ya que uno de los grandes retos de las ciudades es asegurar fórmulas que contribuyan y permitan la privacidad y el tratamiento de datos personales en la smart city.
  • Educación, con la necesaria concienciación y capacitación TIC de la ciudadanía de contribuir a este nuevo modelo urbano sostenible.
  • Legal, para clarificar las competencias de los agentes que participan en el desarrollo de los diferentes procesos.
  • Tecnológica, ya que para llegar al objetivo smart es necesario un impulso de las iniciativas tecnológicas que son clave para la implantación de medidas sostenibles e inteligentes.
  • Infraestructuras en las que se implantarán soluciones tecnológicas que serán la parte más visible de la consecución de los objetivos smart.

Contactless como ejemplo de tecnología que potenciará el concepto de smart city

El gran crecimiento de las ciudades a nivel de población y tráfico en los desplazamientos está generando importantes retos para los sistemas de transporte público. Deben trabajar a marchas forzadas para incorporar la tecnología en sus procesos si quieren estar a la altura de las expectativas de los ciudadanos y así poder ofrecer respuestas eficientes a las necesidades que presentan las ciudades. Un ejemplo de ello es la posibilidad de usar las tarjetas financieras con tecnología contactless como sistema de pago y validación del billete de transporte, lo cual se convertirá en un sistema cómodo y seguro para los usuarios.

Una ciudad en la que ya se ha puesto en marcha esta tecnología es Londres, donde la entidad Transport for London presenta resultados muy positivos con más de 12 millones de trayectos contactless semanales y un 40% de las transacciones en el metro realizadas sin contacto. Gracias a la implantación de esta tecnología se han reducido en un 35% los costes de recaudación, lo que supone más de 100 millones de libras de ahorro anual.

El siguiente paso sin duda será la integración de ese medio de pago en los smartphones, que poco a poco se van a ir convirtiendo en los dispositivos por excelencia para la realización de pagos y la identificación para el uso de servicios.

Cristina del Real como ejemplo de los profesionales que trabajan en el ámbito de las smart cities

Cristina del Real estudió Criminología en la Universidad de Sevilla y el Máster en Sistema Penal y Criminalidad de la Universidad de Cádiz, dos titulaciones en las que obtuvo el Premio Extraordinario. Desde 2016 es investigadora predoctoral de esta última universidad, donde trabaja en una tesis sobre indicadores para medir la eficacia de proyectos de seguridad pública inteligente. En los últimos años ha compaginado la labor investigadora con la docencia en varios centros, como la Universidad CEU San Pablo de Sevilla y la Universidad de Cádiz. Además, ha coordinado diferentes proyectos de investigación y colabora con el Center of Urban Informatics and Progress de la Universidad de Tennessee.

¿Desde cuándo estamos hablando de smart cities y cuáles han sido los principales avances en los últimos años? ¿Qué necesita una ciudad para ser considerada smart city?

El movimiento de las smart cities nace como una deriva del “crecimiento inteligente” que surgió en EEUU como respuesta al fenómeno de expansión urbana desestructurada a partir de los 80. Aunque en un principio el concepto “inteligente” se asoció con la gestión eficiente de recursos, el desarrollo económico, la protección de espacios verdes y la promoción de comunidades seguras mediante la planificación sostenible del crecimiento urbano, en la actualidad se identifica con la aplicación de tecnologías de la información y la comunicación (TIC). Por eso, en los últimos años las políticas de smart city se basan en aplicar tecnologías para intentar solucionar o mejorar servicios urbanos como el alumbrado público, la recogida de residuos, el consumo de energía, la delincuencia, etc.

El debate sobre qué necesita una ciudad para ser considerada smart es amplio y no consensuado. Hay que tener en cuenta que la alternativa a ser smart es “ser tonta”, y ninguna ciudad quiere ser identificada de esa forma. Algunos autores como Giffinger et al. (2007) definen seis dimensiones: economía (competitividad), personas (capital social y humano), gobernanza (participación), movilidad (transporte y TIC), medioambiente (recursos naturales) y vida (calidad de vida).

Mi opinión es que una ciudad puede ser considerada inteligente cuando tiene unos servicios urbanos eficientes que respetan los estándares de sostenibilidad, transparencia, equidad, igualdad social e integración sin comprometer la calidad de vida de las generaciones presentes y futura.

¿Qué ciudades podríamos considerar referentes de smart cities en el mundo? ¿Y en España?

Dependiendo de los indicadores que se utilicen se pueden nombrar unas u otras. Casi todos los estudios para clasificar las smart cities están realizados por consultoras privadas, por lo que los datos deben ser analizados con cautela. No obstante, hay consenso en que algunas de las smart cities son Nueva York, Londres, Ámsterdam, Berlín, Melbourne, Estocolmo, o Copenhague, entre otras. Nueva York, por ejemplo, ha implementado el algoritmo de PredPol para detectar los lugares donde es más probable que se produzca un delito en el futuro.

Mi opinión es que una ciudad puede ser considerada inteligente cuando tiene unos servicios urbanos eficientes que respetan los estándares de sostenibilidad, transparencia, equidad, igualdad social e integración sin comprometer la calidad de vida de las generaciones presentes y futura.

En España el caso más conocido es el de Barcelona, que es un referente de smart city a nivel mundial. De hecho, el Smart City Expo World Congress se celebra todos los años allí y es el encuentro de ciudades más grande del mundo. También Madrid, Málaga o Santander están implementando muchos proyectos de smart city.

En Cádiz también estamos trabajando en proyectos de seguridad o turismo inteligente, entre otros, desde el Instituto de Investigación para el Desarrollo Social Sostenible (INDESS) de la Universidad de Cádiz. Además, estamos trabajando para unir iniciativas, por ejemplo, con la Fundación Campus Tecnológico de Algeciras.

¿Son las smart cities sostenibles por definición?

La mayoría de las definiciones de smart city incluyen el objetivo de sostenibilidad, es decir, conseguir utilizar de forma más eficiente los recursos disponibles a través de las tecnologías, de manera que las generaciones futuras puedan disfrutar de estos mismos recursos. Independientemente de si la ciudad se autodenomina o no como inteligente creo que este es un reto aún por conseguir. Más que en la sostenibilidad, los proyectos actuales se centran en buscar soluciones para un futuro donde los recursos sean cada vez más escasos.

«El primer paso para construir ciudades inteligentes es tener ciudadanos inteligentes».

¿Cómo ayudan las smart cities a incrementar la seguridad ciudadana? ¿Hay relación entre el diseño de las ciudades y la seguridad?

Las smart cities pueden, por un lado, ayudar mucho a la seguridad y a las emergencias, por ejemplo, mediante la predicción de delitos, ofreciendo la posibilidad inmediata a los ciudadanos de avisar si ha ocurrido un incidente, la comunicación 24/7 con agentes de policía, el control del tráfico para facilitar que los servicios de emergencias respondan más eficazmente, etc. Pero también pueden afectar negativamente a la seguridad si no se implementan adecuadamente. Por ejemplo, el algoritmo que comenté antes, PredPol, ha sido muy criticado por estar sesgado. La tecnología no hace magia. Para que la tecnología funcione es necesario que los humanos hagamos un buen trabajo registrando datos, identificando problemas y potenciales riesgos y diseñando adecuadamente las tecnologías que vamos a implementar. Digamos que el primer paso para construir ciudades inteligentes es tener ciudadanos inteligentes.

La relación entre el diseño de las ciudades y la seguridad es algo que se ha estudiado desde antes de que se empezara a utilizar el concepto de “inteligencia”. Algunas teorías criminológicas de la Escuela de Chicago, el espacio defendible de Newman, o la teoría de las ventanas rotas, inciden en la importancia del diseño urbano para lograr ciudades seguras. De hecho, una de las construcciones arquitectónicas que perduran como resto arqueológico son las murallas de las antiguas ciudades, un elemento puramente defensivo que además aportaba sensación de seguridad a sus habitantes.

En tu tesis doctoral estás desarrollando indicadores para medir proyectos de seguridad pública inteligente. ¿Por qué crees que es importante este estudio? ¿Cuáles pueden ser sus aplicaciones prácticas?

Los indicadores que se han propuesto hasta ahora para evaluar las smart cities son muy generales. Al intentar abarcar tantos ámbitos como sea posible reducen el número de indicadores por área. En el caso de la seguridad, los indicadores que se han propuesto son: tasas de delitos, número de accidentes de tráfico, número de policías, y poco más. Es lógico cuando además de estos proponen otros 50 indicadores relativos a energía, agua, residuos, participación ciudadana, movilidad, salud, etc. Sin embargo, para analizar en profundidad si los proyectos de seguridad pública inteligente realmente logran los objetivos para los que son implementados no son suficientes.

Imagina que instalamos cámaras de vigilancia con tecnologías de reconocimiento facial cada 50 metros. Es probable que a la larga el número de delitos disminuya pero ¿es esta medida inteligente? Yo creo que no. Por eso creo que es necesario un marco de indicadores sensible a las particularidades de la seguridad pública. Este es, además, un ámbito crítico de las smart cities, porque nadie quiere vivir en ciudades inseguras con altas tasas de crimen o donde los servicios de emergencias sean muy lentos.

Creo que el modelo de indicadores que propongo es útil para las ciudades en proceso de convertirse en smart cities porque les da una guía para definir objetivos adecuados y mensurables y obtener mejores resultados evitando potenciales riesgos. Además, las ciudades que participen en el estudio recibirán un informe de evaluación de sus propios proyectos.

¿Qué tecnologías van a tener un mayor impacto en el desarrollo de las smart cities?

En esta pregunta probablemente me equivoque. Si me hubieras preguntando hace diez años esto mismo, mi respuesta hubiera sido completamente distinta. Lo bueno y lo malo de las tecnologías es que evolucionan muy rápido, mucho más de lo que somos capaces los seres humanos. Ya hay soluciones para la mayoría de los problemas actuales que, sin embargo, no se aplican porque las personas nos adaptamos a un ritmo más lento. Yo diría que el Big Data es un elemento fundamental de las smart cities. En ciudades de cinco o diez millones de habitantes –cada vez más frecuentes– es necesario que seamos capaces de analizar grandes volúmenes de datos obtenidos de sensores, redes sociales, etc. También es y será muy importante el Internet de las Cosas, ya que de esta forma reduciremos procesos al aumentar el número de dispositivos interconectados.

El blockchain será otra de las tecnologías importantes para el desarrollo de las smart cities. Una de las acciones que está llevando a cabo Ámsterdam es la gamificación de la ciudad (del inglés, game); es decir, convertir la ciudad en un juego. Para que podamos interactuar (y “jugar”) con la ciudad, uno de mis compañeros en Tennessee está desarrollando una solución basada en blockchain para que todas las personas tengamos una única identidad virtual intransferible, tan real y válida como un DNI o un pasaporte. Esto nos permitiría votar por Internet, relacionarnos con los servicios públicos —por ejemplo, obtener algún tipo de recompensa por reciclar—o transferir información personal de forma mucho más efectiva y segura.

¿Cuáles son los principales obstáculos en el desarrollo de las smart cities y cómo se sortean?

Ahora mismo, la educación. Creo que problemas como la privacidad de los datos, la transparencia de los procesos o el incremento del control son también importantes, pero hay mucha gente trabajando en ello, entre ellas yo misma junto con algunos profesores de la Universidad de Cádiz. Sin embargo, creo que en materia de educación aún queda mucho por hacer. Educar, primero, a los jóvenes, no solo en cómo utilizar las nuevas tecnologías desde el punto de vista técnico, sino en cómo hacerlo de forma responsable. En esto vamos muy atrasados. Están enseñando a utilizar Word a niños y niñas que han manejado móviles desde los cuatro años. En este aspecto, las generaciones más jóvenes están más adelantadas que las que les pretenden enseñar y es necesario que los gobernantes reaccionen ante esta realidad.

También es necesario educar a los trabajadores públicos. La educación permanente es ahora más importante que nunca en un mundo en el que la información queda obsoleta cada año. Tengo amigos con trabajos que no existían cuando empezaron la carrera. Esto lo tienen muy asumido en las empresas privadas, pero el sector público debe integrarlo si no quiere quedarse atrás.

¿Qué retos tienen por delante las smart cities?

Lo primero, estandarizar su significado. Fernández González, en su tesis La smart city como imaginario socio-tecnológico: la construcción de la utopía urbana digital, lo expresa muy bien: es la primera vez que se implementan políticas públicas basadas en un modelo que nadie sabe muy bien qué es. Sabemos que la tecnología tiene un papel fundamental, pero, ¿eso es todo? Muchos artículos científicos demuestran que las intervenciones tecnológicas en el ámbito urbano sin planificación previa no tienen impacto en la mejora de los servicios.

¿Por qué seguimos entonces implementando políticas de smart city? Lo primero, porque son muy visibles, por lo que es una vía para obtener beneficio político fácil. Además, las empresas continúan desarrollando nuevas soluciones tecnológicas para conseguir financiación pública, por lo que son un elemento de presión para los gobiernos. Por eso creo que son importante las iniciativas por parte de los científicos sociales para operacionalizar el concepto y estandarizar indicadores para medirlo.

Otro de los retos es el de equilibrar la balanza entre desarrollo tecnológico y la protección de los derechos y libertades ciudadanas. La tecnología y, en especial, las redes sociales, ya han redefinido conceptos como libertad de expresión o privacidad. Hace unos años no se te ocurría llamar a la puerta de tu vecino para contarle lo bueno que está tu puchero y, sin embargo, es algo que hacemos diariamente a través de las redes sociales. El ciudadano, creo, es algo más irresponsable porque el peligro es intangible. La labor de los dirigentes es doble: por un lado, educar; por otro, garantizar los derechos y libertades ciudadanas aún cuando el propio ciudadano no sepa que está siendo amenazado.

Has tenido la oportunidad de pasar unos meses en una estancia de investigación en la Universidad de Tennessee. ¿En qué ha consistido tu colaboración allí y qué has aprendido? ¿Por dónde «van los tiros» en la investigación sobre smart cities en Estados Unidos?

He llevado a cabo una investigación aplicando el modelo de múltiples stakeholders —partes interesadas—para evaluar proyectos de ciudad inteligente llevados a cabo por el Center for Urban Informatics and Progress de la Universidad de Tennessee. Consultamos a miembros de la Universidad, a empresas, al gobierno de la ciudad, a los ciudadanos y a las organizaciones no gubernamentales. También hemos implementado una nueva metodología para que todos los stakeholders estén involucrados en el proceso de diseñar proyectos de smart city. Ahora mismo estamos realizando el análisis de los datos y presentaremos los resultados el próximo abril en Los Ángeles.

De EEUU me llevo la experiencia de una sociedad completamente diferente a la nuestra. Mi experiencia personal es que nosotros tenemos una enorme oportunidad en Europa con la que ellos no cuentan. Es cierto que en EEUU la investigación es de gran calidad y que la financiación para cualquier proyecto es accesible y mucho más cuantiosa que para los proyectos en España. En este aspecto España debe cambiar si no quiere quedarse atrás. Pero EEUU carece de un sistema público fuerte y esto les dificulta muchas iniciativas. Por ejemplo, intentaron implementar un carril bici pero no pudieron terminarlo correctamente por falta de financiación.

Se habla (ya lo hacían en Zemos98) sobre el doble rasero de las cámaras de videovigilancia en lugares públicos: por un lado, pueden ayudar a mejorar la seguridad ciudadana y, por otro, exhiben un control sobre los ciudadanos y un amplio conocimiento de sus hábitos, relaciones, etc. Ocurre lo mismo con el Big Data. ¿Pueden los ciudadanos estar tranquilos ante el almacenamiento y uso de datos personales?

La vigilancia por parte de otros siempre ha existido. Cuando las ciudades tenían menos habitantes eran los amigos de tus padres. Ahora son también videocámaras o búsquedas en Google. Es algo positivo porque la vigilancia favorece el control social. Es decir, la sociedad controla que otros no se desvíen de las normas. El problema es cuando esas grabaciones se utilizan con otros fines o se institucionaliza un control excesivo (como sucede en China con el social credit system). En este sentido, la Unión Europea está haciendo un buen trabajo regulando el almacenamiento de datos de carácter personal. Ya hemos visto que incluso ha mandado a Facebook a los tribunales por vulnerar nuestras leyes de protección de privacidad.

El papel de los ciudadanos, en este sentido, es fundamental. Debemos reclamar que los poderes públicos trabajen para redactar buenas leyes que protejan nuestros datos personales, pero también debemos ser conscientes de que el mundo en el que vivimos es distinto. No es mejor ni peor. Como todas las configuraciones, son buenas o malas según el uso que hagamos de ellas. Por ejemplo, hace poco leí una investigación que utilizaba Big Data para detectar signos tempranos del cáncer de páncreas. Este tipo de cáncer suele detectarse muy tarde, cuando la medicina poco puede hacer por el paciente. Mediante búsquedas en Internet, los investigadores descubrieron que los pacientes de cáncer de páncreas habían buscado remedios para varios tipos de dolores meses antes de que fueran por primera vez al médico. Esta información no podría haberse obtenido de otra forma, y ¿quién duda de que es algo positivo?

¿Quién protege en ese sentido a los ciudadanos? Y, ¿quién vigila a los vigilantes?

Debemos confiar en nuestras instituciones. Y decir esto hoy en día es casi un acto revolucionario. Pero se confía muy poco, y una sociedad no es sana si no confía en los demás. La confianza es la base de una sociedad cohesionada y eficiente. El Brexit, Trump, Bolsonaro, los movimientos independentistas, el auge de la ultraderecha… Todos ellos son consecuencia de una falta de confianza generalizada hacia las administraciones públicas, los políticos, las empresas, o las organizaciones supranacionales. Debemos volver a confiar en nuestras instituciones. La tecnología debe ayudarnos a ello, pero no puede ser una excusa o servir de barrera. Pongo un ejemplo: la universidad ha digitalizado casi todos sus trámites, pero esto en lugar de revertir en una mayor eficiencia, ha añadido una cantidad de trabajo inmensurable para realizar cualquier proceso. Como ahora la política es “el ciudadano/funcionario/político es un enemigo hasta que se demuestre lo contrario”, cualquier mínimo movimiento, como que te den una subvención de 300 euros para asistir a un curso, se convierte en una batalla contra el sistema. Espero que tecnologías como la IA o el Blockchain ayuden en el futuro a aumentar la confianza.

¿Existen smart cities sin teléfonos móviles?

De momento, no. El teléfono móvil –smartphones– es el mejor sensor que tiene una smart city, porque es un acceso directo y continuo a los ciudadanos. Y la smart city necesita sensores. Es además el único sensor, de momento, que empodera a los ciudadanos: los smart citizens dentro de las smart cities. A través de los smartphones los ciudadanos pueden interactuar con la ciudad y muchos de los proyectos de ciudad inteligente van en esta línea. Además, el móvil almacena gran cantidad de información acerca de nosotros. Ahora estamos empezando a obtener conclusiones acerca de toda esa información y en los próximos años gran parte de los esfuerzos irán enfocados a estudiar cómo almacenarla, gestionarla y analizarla para poder utilizarla adecuadamente. Imagina, por ejemplo, que a través de las búsquedas en Internet, en un futuro, tu teléfono te avise de cuándo debes llamar al médico. El smartphone es el “microchip” que todo el mundo teme, pero en un formato que nos da la sensación de ser libres.

¿Qué lugar ocupan las nuevas formas de movilidad en las ciudades: carsharing, vehículos eléctricos y autónomos, bicicletas de alquiler, patinetes eléctricos, etc?

Son la vía para lograr la movilidad sostenible; la smart mobility. El problema es que su implementación es controvertida porque la ciudad debe ser reestructurada. Además, en las fases iniciales se deberá “molestar” al ciudadano para que opte por estas formas de movilidad y abandone progresivamente el coche particular. Lo contrario que los políticos, que quieren ganar votos, van a hacer. Sería fantástico, por ejemplo, el transporte público con vehículos eléctricos y autónomos combinado con servicios de bicicletas o patinetes de alquiler. El grupo con el que colaboré acaba de recibir financiación para implementar un autobús autónomo. Para esto necesitan crear un carril solo de tránsito de vehículos autónomos, porque la tecnología aún no está tan desarrollada como para que el vehículo responda adecuadamente a la imprevisibilidad del ser humano.

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2 Comentarios

  • Artículo muy interesante, creo que la investigación que está llevando a cabo Cristina es genial. Sería fantástico vivir en ciudades inteligentes. Espero que tomen nota los políticos y se suban al carro de la inteligencia.

  • Personas como cristina del real pueden hacer que nuestro pais este a la vanguardia de los retos que nos plantea el futuro social de nuestrad ciudades, no perdamos la oportunidad de aprovechar este capital humano!


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